8 de Marzo y reflexiones acerca del feminismo y la literatura.

martes, 8 de marzo de 2022

Hace ya dos años volví a escribir en el blog con una entrada sobre el feminismo interseccional, hoy, más que nunca, recuerdo mis palabras: " ...a pesar de que todas las mujeres sufrimos la misoginia, no todas la sufrimos de la misma manera, no es lo mismo una mujer blanca y heterosexual, que una mujer negra y lesbiana, no es lo mismo una mujer europea, que una africana o latinoamericana. Los distintos contextos nos ponen distintas necesidades que el feminismo blanco no tiene en cuenta, no podemos analizar nuestras desigualdades separándolas una de otras, estas opresiones interactúan entre sí y deben ser analizadas de forma conjunta, es decir, el feminismo interseccional rechaza la visión universal de la opresión femenina, reconoce y admite que existen otras variables, además del género, que son claves dentro del análisis feminista."

Hoy nos atraviesan las mismas disyuntivas que, tristemente, nos hace pensar que nunca avanzamos, que seguimos igual que con nuestros gritos del 2018, que aquellos a quienes no les interpelamos siguen ignorándonos, que las mujeres siguen muriendo, que nos siguen violando, silenciando. Yo me pregunto, ¿Va a cambiar? ¿Somos escuchadas? ¿Comprendidas? Si la respuesta a las últimas preguntas es no, ¿hay que cambiar la estrategia? Sigo sosteniendo las mismas palabras que hace dos años, si no adoptamos el feminismo interseccional seguimos excluyendo y perpetuamos la desigualdad que queremos erradicar. Ya no podemos seguir la línea de militancia que cuando peleábamos por la legalidad del aborto, el glitter y los desnudos nos dieron cierta autoestima para poner la cara y el cuerpo en las calles, la insistencia en todo asunto por más pequeño que fuera nos dio visibilidad, pero ya es tiempo de buscar pilares fuertes que banquen al movimiento; nosotras mismas y nuestras convicciones. Y basta de estrategias como quemar maquillaje y toallitas, de estrategias destructivas que nada representan a la totalidad del colectivo feminista, nos tiene que unir el mismo grito y comprender que somos distintas y eso está bien.

Hay que dejar de perder tiempo en debates que desvían el eje de la problemática, hoy en redes sociales todos hablaban sobre agradecer el feliz día, ¿es realmente importante qué contestamos cuando nos felicitan un 8 de marzo? ¿no deberíamos estar visibilizando la historia de las mujeres trabajadoras que participaron del movimiento histórico más importante? Hay que difundir información valiosa, que construya, que enseñe. Hoy se trata de visibilización feminista. Hay que elevar el nivel de debate. Lo que me lleva a lo siguiente: las mujeres en la literatura que han militado por la emancipación femenina en todo aspecto.

A lo largo de la historia las mujeres han irrumpido en los espacios dominados por hombres para oponerse al machismo, la exclusión, la subordinación y dependencia de la mujer, en la actualidad todavía seguimos disputando espacios que no son negados, entre ellos el deporte y el ocio. Es una realidad que todo lo antiguamente asociado a la feminidad ha sido insultado; te saca credibilidad como abogada exitosa vestir de rosa, si escuchas música "de mujer" no podes hablar de talento musical, nunca vas a ser escuchada en tu opinión futbolística si no cumplís con los estándares de mujer masculinizada. Parecido a la occidentalización del hombre negro, la mujer debe redefinirse si quiere formar parte de los espacios que hombres dominan. El feminismo se ve reflejado en la literatura a través de la desazón que experimentamos en torno a la identidad, ¿cómo empoderarse? ¿abandonamos aquello que nos gusta por ser femenino, rechazamos todo aquello que sea masculino? se ve reflejado en las dificultades que encontramos en nuestra propia voz, en nuestro lugar en el mundo. Les dejo varias novelas para explorar estos miedos, para superarlos y entender que empoderarse es definirse una misma. No, no le fallaron al feminismo por vestir de rosa ni por enamorarse de un hombre, tampoco el feminismo te aleja de la feminidad, cada una decide sobre su vida y su propio lugar en el mundo a nuestro antojo. Eso es empoderarse.


 

Chicas muertas: Sigue la historia de tres femicidios de los años ochenta, narrado en cruce de crónica e investigación periodística. Esta novela está ambientada y basada en la coyuntura Latinoamericana, siendo literatura nacional de la mano de Selva Almada, nos mostrará la Argentina lejos de los focos modernos de Buenos Aires. 

Hay gente que no sabe lo que hace: Es una antología de cuentos que, a pesar que pueda parecer que no tienen nada en común, todos son narrados desde una perspectiva femenina, sobre momentos cotidianos que son singularizados con la pluma de Alejandra Zina. Nos muestra a mujeres que enfrentan en el día a día las dificultades de un sistema machista, contrastando su miedo con su valentía. 

Asesino de brujas: Y para agregar un poco de fantasía yankee, agrego al primer libro de Asesino de Brujas. Voy a admitir que esta serie la abandoné porque no logré terminar su secuela, pero en esta primera entrega nos muestra una mujer que busca su lugar en el mundo mientras la gente en su vida le dice quién debe ser y qué debe hacer. Puede encontrarse cierta analogía en la lucha feminista y su post-monstrualización en el feminazismo.

Mis escritos del Mundial de Escritura Parte II

sábado, 5 de marzo de 2022

 

 Consigna Día 4 del VI Mundial de Escritura: espacios de la naturaleza; piensen un paisaje que ustedes conozcan y lo retuercen, lo extrañan.

Claustrofobia

Un hombre se encuentra aturdido por las voces de una fiesta descontrolada, sostiene un vaso de vino que no sabe cómo llego a su mano, toma los últimos tragos y da dos pasos trastabillantes hacia adelante, está mareado. La fiesta pronto llega a su fin cuando se escuchan vidrios romperse, el chico atisba lo que podría ser una botella estrellándose contra la pared. Es hora de irse de la fiesta.

Camina a pasos lentos y torpes, sus amigos se fueron en distintas direcciones y ahora está abandonado a su suerte entre los edificios de la ciudad, los ve altos e imponentes, le da la sensación que estuviera dentro de una caja. Comienza a sentir una confusión en su sistema, las calles se ven borroneadas y no distingue los colores de los semáforos ¿Qué está pasando?, se pregunta. No recuerda haber ingerido tanto alcohol, pero sospecha que el vino que tomó no era solo vino. En frente se encuentra el parque de su barrio, decide dar un paseo para tranquilizarse.

El hombre se sumerge en el parque deshaciéndose del barullo que lo aturdía. Camina arrastrando los pies, balanceándose de un lado a otro, un viento fuerte sopla en las copas de los árboles, altos hasta el cielo, un pájaro irrumpe en una rama con un fuerte graznido que distorsiona la música de los árboles trémulos que susurran con el viento. Respira de manera entrecortada e intenta abrir sus ojos, los siente achinados y la piedra del suelo se ve borrosa y curvada; se siente mareado y ya no logra distinguir los sonidos del parque. Comienza a correr despacio por un camino empinado y desfigurado, las grietas en la piedra se desarman y arman en formas trambólicas y la dureza del suelo le aplana los pies, siente sus piernas pesada así que decide adentrarse por el medio del pasto, pero la tierra se encuentra húmeda y sus zapatillas se hunden y resbalan en el barro, se pregunta por qué decidió ir al parque, recuerda necesitar aire fresco, alejarse de las personas, de los edificios claustrofóbicos, pero se da cuenta que los árboles también lo encierran, que las raíces sobresalen de la tierra y se enredan en sus pies, quieren atraparlo, sus ramas se mueven furiosas y rajuñan su brazo derecho. El instinto le grita que corra, pero sus piernas ya no parecen hacerle caso. Su pulso está acelerado y alrededor no ve más que hojas y ramas mecerse y volar, piensa que se va a quedar sin aire e intenta recoger un poco de todo ese viento, pero los árboles parecen robárselo, dejarlo sin aliento para poder envolverlo con sus ramas y nunca dejarlo ir. Mueve su pecho arriba y abajo, pero es una pantomima que de nada sirve para llevar oxígeno a sus pulmones, es el fin, piensa, la tierra me va a tragar. Cae rendido al suelo, sus palmas extendidas sienten al barro pegajoso y frío que le parece deshacerse en sus dedos, el pelo le cae delante de la vista como una cortina, ahora solo puede ver jirones de pasto y una tierra caldosa moviéndose en espiral. Pero hay algo, hay algo más ahí, una forma geométrica, un rectángulo, intenta descifrarlo con el tacto, mueve sus manos agitadas hacia el objeto, palma su superficie, es dura y hueca, mira hacia el cielo, hacia la noche oscura en busca de algún vestigio de la luna que lo ayude a salir de esta pesadilla. Luz, necesita luz que calme a las plantas, que calme al viento y a las ramas. Desesperado, intenta recobrar aliento, aprieta al objeto encontrado con sus manos, tiene una punta metálica. Es un encendedor, se da cuenta. Es un encendedor, es fuego.

En un último intento por escapar de ese parque tenebroso, se enfrenta a los árboles, los mira de frente, desafía sus copas que parecen infinitas, perdidas en la oscuridad del inmenso cielo, pelea con el viento usando sus brazos extensos y firmes, blande el encendedor como si fuera un hacha. No se atrevan a tocarme, les dice. Consume todo el aire que puede y luego lo suelta en un feroz grito de guerra. No van a poder conmigo, les grita. Desliza su dedo por la piedra metálica y convoca al fuego para pelear contra la naturaleza. Enseguida el fuego vuelve a apagarse, el viento no le da una tregua, toda su valentía se desinfla como un globo los árboles se estremecen de misma manera que sus piernas, que resbalan en el barro.

El fin parecía haber llegado para el hombre, lloraba desconsolado sosteniendo un encendedor con sus dos manos. A lo lejos, una chica lo observa divertida, y decide al fin ayudarlo, finaliza el video tomado con su cámara del celular y corre hacia él para levantarlo del césped.



Autora: Luna Bincovich

Mis escritos universitarios

miércoles, 16 de febrero de 2022

 

Consigna: Imaginá una situación narrativa que puedas narrar utilizando el procedimiento de desaceleración o dilatación temporal. Máximo 300 palabras.

En vela

El cajón abierto deja ver a mi padre recostado en él, su piel se ve verdosa y brillante, sorbo los mocos y me limpio de nuevo las lágrimas. Es difícil caer en cuenta cuando de un día para el otro alguien muere, ayer estaba hablando con mi papá de mi trabajo y hoy me desperté con un grito desesperado, Por favor, por favor despertate. Acaricio las manos de mi papá, entrecruzadas sobre su estómago, pienso que se ven tan distintas a como siempre se vieron, sus dedos están tiesos, rotos, para engancharlos unos con otros.

Mi familia ya salió de la funeraria, un chico se asoma por la puerta y me dice que me vaya despidiendo, no contesto y vuelvo a mirar su rostro, como si fueran otros ojos, no los míos, otros que están presenciando un velatorio, un velatorio que no es el de mi papá ¿cómo podría serlo?, debo estar en un sueño. Me acerco para dejarle un último beso, su piel se siente fría sobre mis labios, pero aún esa sensación no me ayuda a aceptar lo que estoy viviendo. Me voy a dar cuenta de a poco, cuando cocine ese pollo al horno que tanto le gustaba y recuerde que antes siempre lo llamaba para contarle lo rico que me había salido. Observo su rostro con sus ojos cerrados y sus labios pegados, aún recuerdo su voz, y cuando suene el teléfono sé que me voy a acordar de él, que era el único que me llamaba a la línea de casa, pero su voz no va a ser la que suene por el auricular. Sé que tengo que irme, pero ya nunca voy a volver a verlo y eso es lo que hace que me cueste salir de aquí, que la muerte lo borre, dejando solo los anhelos de mis memorias. El chico vuelve a asomarse, pero esta vez no me dice nada, sobreentiendo su pedido, aunque no quiera acatarlo. Me limpio las lágrimas que siguen resbalando por mi rostro, no quiero grabar esta escena, quiero recordar los buenos momentos, pero mi inconsciente me traiciona, la negación me obliga a ser una observadora. Me doy la vuelta y decido salir de ese lugar, ya es tarde, para todo.


Este fue mi primer trabajo práctico en el último cuatrimestre de la facultad, el primer día yo estaba en un funeral y no pude atender a la clase. El funeral era el de mi persona a seguir en la vida. Todos mis escritos de estos meses fueron marcados profundamente por el duelo. "¿Será posible concebir a la tristeza por fuera de la escritura?" me pregunté en esos momentos. Y descubrí que la única manera que tengo de conciliarme con la vida es escribiendo.

Mis escritos del Mundial de Escritura Parte I

lunes, 20 de diciembre de 2021

 

 Consigna Día 1 del VI Mundial de Escritura: la cama; hacer una lista de las camas en las que durmieron y de historias que transcurrieron en ellas.

Un libro en mi mesita

La primera cama en la que dormí era un cajón de manzanas. Tenía un pequeño colchón improvisado, hecho con goma espuma y una tela que mi mamá había cosido. Obviamente, no recuerdo si era cómoda.

Mi segunda cama fue en la casa de Villa Urquiza, esa que era grande y en donde la voz de mi papá resonaba en todas las paredes. El colchón era delgado, y lo que más recuerdo eran las maderas; tenía cinco años y pesaba solo 18 kilos, de igual manera esas tablas de pino se grababan en mi espalda y todavía en mi memoria.

Mi tercera cama fue un catre en la casa de mis abuelos, mi papá le había pegado a mamá y ahora vivíamos con ellos. Había tres habitaciones en su casa, los Yayos dormían en la cama matrimonial y mi hermana mayor, que en esa época era adolescente, había llorado por tener su propio cuarto. Así que yo dormía con mi otra hermana y mi mamá en la tercera pieza, que solo contaba con dos camas y un catre que solía estar en el sótano. La Yaya me contaba cuentos antes de ir a dormir, mi mamá llegaba cansada del trabajo y se dormía en el primer arrullo.

Mi cuarta cama fue un camarote, nos habíamos mudado en frente de la casa de mis abuelos. Alquilábamos un departamento que tenía dos habitaciones, de nuevo mi hermana mayor se pidió una para ella, mi mamá dormía en el living y con mi otra hermana dormíamos en la segunda habitación. Sol cantó la cama de arriba, y yo no tuve problema porque en la cama de abajo tenía una mesita para apoyar mis libros, además, me daba miedo caerme mientras dormía.

Mi quinta cama fue un somier, mi papá había fallecido y con la plata de la sucesión mamá nos compró camas, estábamos felices porque el viejo colchón era delgado y nos hacía doler la espalda. Era de una plaza y media, y podía dormir con todos mis amigos. Nos habíamos mudado de nuevo, el alquiler había vencido y logramos conseguir un departamento que solo quedaba a seis cuadras de la casa de los Yayos. En ese momento yo había cumplido quince y había empezado a fumar; mi mamá no se enteraba porque su habitación estaba arriba, al lado de la terraza. Venían mis amigas a casa y comprábamos alcohol barato, un día mi mamá me reto porque se dio cuenta que había quemado el acolchado. Empecé a usar cenicero, que ahora dejaba en mi mesita. Ya no había un libro en ella.

Duró mucho esa cama, fue el primer colchón que tuve de calidad, cuando salía volvíamos con todos mis amigos y dormíamos hasta seis acomodándonos como tetrix. Los vecinos se empezaron a quejar, decían que hacíamos mucho ruido y que nos quedábamos de joda hasta las cinco de la mañana. Era mentira, nos quedábamos hasta el mediodía. Lo que más me jodía era que insultaran a mis perros, decían que cuando me iba al colegio ladraban todo el tiempo. Yo iba prácticamente a turno completo, mi hermana se la pasaba en la plaza, y mi mamá trabajaba doble turno. Estaban todo el día solos.

Nos mudamos a Lanús, un año después mi mamá se compró una cama para ella, una matrimonial para poder dormir con todos nuestros perros, nunca le gustó dormir sola. A mí me dio su colchón, el mío se había roto cuando la navidad pasada nos fuimos a festejar a la casa del papá de mi hermana mayor. Siempre pasábamos las fiestas con su familia y mis abuelos, mi mamá seguía casada con él, pero Ricardo tenía otra pareja, una mujer excepcional que se llevaba de maravilla con mamá, siempre venía con su hija y festejábamos todos juntos. Mis perros tenían que quedar solos porque ahora vivíamos muy lejos para llevarlos, les dejamos prendidos todos los televisores con National Geographic al máximo, pero cuando llegamos mi perra había roto mi colchón y se había metido adentro. Les empezamos a dar ansiolíticos para mascotas.

Ahora tengo una cama matrimonial, de un lado está dura y del otro se hunde. Ahí dormía la Yaya, que pesaba mucho y siempre dormía del mismo lado. Falleció hace unos meses y nos dejó la casa a los nietos. Mi primo duerme en la habitación en la que solía dormir en un catre. Yo me quede el cuarto de mis Yayos. Unos días antes de morir mi abuela me había pedido que me mude con ella. No conozco persona más buena que vos, me había dicho. Quería que la cuide y le haga compañía. Yo no tenía espacio para mudarme ahí, pero le había dicho que dormiría con ella. Murió a los dos días. Y ahora duermo sola, con un libro en mi mesita.


Autora: Luna Bincovich