Mis escritos del Mundial de Escritura Parte I

lunes, 20 de diciembre de 2021

 

 Consigna Día 1 del VI Mundial de Escritura: la cama; hacer una lista de las camas en las que durmieron y de historias que transcurrieron en ellas.

Un libro en mi mesita

La primera cama en la que dormí era un cajón de manzanas. Tenía un pequeño colchón improvisado, hecho con goma espuma y una tela que mi mamá había cosido. Obviamente, no recuerdo si era cómoda.

Mi segunda cama fue en la casa de Villa Urquiza, esa que era grande y en donde la voz de mi papá resonaba en todas las paredes. El colchón era delgado, y lo que más recuerdo eran las maderas; tenía cinco años y pesaba solo 18 kilos, de igual manera esas tablas de pino se grababan en mi espalda y todavía en mi memoria.

Mi tercera cama fue un catre en la casa de mis abuelos, mi papá le había pegado a mamá y ahora vivíamos con ellos. Había tres habitaciones en su casa, los Yayos dormían en la cama matrimonial y mi hermana mayor, que en esa época era adolescente, había llorado por tener su propio cuarto. Así que yo dormía con mi otra hermana y mi mamá en la tercera pieza, que solo contaba con dos camas y un catre que solía estar en el sótano. La Yaya me contaba cuentos antes de ir a dormir, mi mamá llegaba cansada del trabajo y se dormía en el primer arrullo.

Mi cuarta cama fue un camarote, nos habíamos mudado en frente de la casa de mis abuelos. Alquilábamos un departamento que tenía dos habitaciones, de nuevo mi hermana mayor se pidió una para ella, mi mamá dormía en el living y con mi otra hermana dormíamos en la segunda habitación. Sol cantó la cama de arriba, y yo no tuve problema porque en la cama de abajo tenía una mesita para apoyar mis libros, además, me daba miedo caerme mientras dormía.

Mi quinta cama fue un somier, mi papá había fallecido y con la plata de la sucesión mamá nos compró camas, estábamos felices porque el viejo colchón era delgado y nos hacía doler la espalda. Era de una plaza y media, y podía dormir con todos mis amigos. Nos habíamos mudado de nuevo, el alquiler había vencido y logramos conseguir un departamento que solo quedaba a seis cuadras de la casa de los Yayos. En ese momento yo había cumplido quince y había empezado a fumar; mi mamá no se enteraba porque su habitación estaba arriba, al lado de la terraza. Venían mis amigas a casa y comprábamos alcohol barato, un día mi mamá me reto porque se dio cuenta que había quemado el acolchado. Empecé a usar cenicero, que ahora dejaba en mi mesita. Ya no había un libro en ella.

Duró mucho esa cama, fue el primer colchón que tuve de calidad, cuando salía volvíamos con todos mis amigos y dormíamos hasta seis acomodándonos como tetrix. Los vecinos se empezaron a quejar, decían que hacíamos mucho ruido y que nos quedábamos de joda hasta las cinco de la mañana. Era mentira, nos quedábamos hasta el mediodía. Lo que más me jodía era que insultaran a mis perros, decían que cuando me iba al colegio ladraban todo el tiempo. Yo iba prácticamente a turno completo, mi hermana se la pasaba en la plaza, y mi mamá trabajaba doble turno. Estaban todo el día solos.

Nos mudamos a Lanús, un año después mi mamá se compró una cama para ella, una matrimonial para poder dormir con todos nuestros perros, nunca le gustó dormir sola. A mí me dio su colchón, el mío se había roto cuando la navidad pasada nos fuimos a festejar a la casa del papá de mi hermana mayor. Siempre pasábamos las fiestas con su familia y mis abuelos, mi mamá seguía casada con él, pero Ricardo tenía otra pareja, una mujer excepcional que se llevaba de maravilla con mamá, siempre venía con su hija y festejábamos todos juntos. Mis perros tenían que quedar solos porque ahora vivíamos muy lejos para llevarlos, les dejamos prendidos todos los televisores con National Geographic al máximo, pero cuando llegamos mi perra había roto mi colchón y se había metido adentro. Les empezamos a dar ansiolíticos para mascotas.

Ahora tengo una cama matrimonial, de un lado está dura y del otro se hunde. Ahí dormía la Yaya, que pesaba mucho y siempre dormía del mismo lado. Falleció hace unos meses y nos dejó la casa a los nietos. Mi primo duerme en la habitación en la que solía dormir en un catre. Yo me quede el cuarto de mis Yayos. Unos días antes de morir mi abuela me había pedido que me mude con ella. No conozco persona más buena que vos, me había dicho. Quería que la cuide y le haga compañía. Yo no tenía espacio para mudarme ahí, pero le había dicho que dormiría con ella. Murió a los dos días. Y ahora duermo sola, con un libro en mi mesita.


Autora: Luna Bincovich